La muerte no es el final ni el destino definitivo del hombre, de eso nos da muestras Jesús quien, después de muerto, resucitó para gozar la vida perfecta que viene de Dios. Nuestro destino también es la resurrección para vivir eternamente con Él.
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La vida se acaba, pero no nuestra esperanza de una vida que esté más allá de lo que vemos y vivimos en este mundo. Jesús colma las aspiraciones humanas de una vida plena, perfecta y sin fin: a eso le llamamos paraíso y es nuestro destino definitivo.
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