La muerte no es el final ni el destino definitivo del hombre, de eso nos da muestras Jesús quien, después de muerto, resucitó para gozar la vida perfecta que viene de Dios. Nuestro destino también es la resurrección para vivir eternamente con Él.
La vida es un continuo caer y levantarse del pecado, para ello nos auxilia la gracia de Dios. Pero cuando morimos si no hemos alcanzado la madurez de Cristo, hemos de purificarnos mediante el fuerte deseo del amor que se alimenta en el purgatorio.