La oración es el resultado del amor que nos une a Dios; las formas y estilos de realizarla son tan variadas y profundas como la relación que vivimos con él. La oración, no es cuestión de tiempo, es cuestión de amor.
Jesús vivía en constante diálogo con su Padre, era su momento de intimidad y encuentro en el amor; el cristiano está llamado a hacer de su vida un diálogo continuo con su Padre amoroso.
Orar no es repetir fórmulas, decir palabras o cumplir con una obligación; es, ante todo, abrirnos en amor a aquél que nos ama y nos cuida como a hijos queridos.
Orar, es abrir el corazón y la mente a Dios; es salir a su encuentro dejando atrás nuestras preocupaciones, ambiciones y temores, para aprender a descansar en él gozando de ese encuentro.